lunes, 29 de octubre de 2007

Los próximos y dolorosos años.

Todo sigue igual; el optimismo sigue siendo el sentimiento fundamental de la opinión pública. El nuevo máximo histórico del Ibex ha sido más importante que el nuevo máximo histórico del petróleo, ya rondando y superando sin complejos los 90 dólares. Los precios actuales están un 50% por encima de los que teníamos el año pasado, si bien ahora nos ayuda un cambio euro-dólar en mínimos, cerca de los 1,45 usd/eur.

Ahora mismo no se distingue claramente cual va a ser la tendencia de tipos en los próximos meses, pues dos tendencias distintas y opuestas empujan, o van a empujar, con fuerza.

Por un lado, las tensiones en los precios que está inoculando el petróleo (en los precios agrícolas, el transporte, los productos químicos, la energía, etc.) van a hacer que la inflación de los próximos meses crezca fuertemente, bien por encima de los objetivos europeos, máxime cuando comparamos interanualmente con precios del petróleo un 50% inferiores, como ya hemos dicho. Estas subidas de precios de productos básicos suponen un claro shock exógeno, pues los incrementos de precios no se deben a una mayor demanda interna, sino que nos vienen impuestos por el contexto internacional, llámese OPEP, guerra turco-iraquí, especulación, peak oil o como sea.

La consecuencia de esto, en lógica clásica, es una subida de tipos de interés para moderar la inflación, que es, no debemos olvidarlo, el único objetivo que tiene encomendado el Banco Central Europeo, al contrario que la Reserva Federal, que también tiene encomendado velar por el crecimiento de su país.

Hoy por hoy, con la famosa crisis subprime, que todavía estamos esperando que termine por desarrollarse del todo, el BCE ha parado sus planeados crecimientos de su tipo de intervención, pero no para de advertir que sigue alerta sobre la evolución de los precios.

Y aquí viene la segunda parte; los bancos centrales se fijan solamente en la evolución de los precios de bienes de consumo, e ignoran la evolución de los precios de los activos. Como es obvio, la política seguida estos años de tipos de interés en mínimos históricos -enfocados únicamente a recuperar la economía alemana y la francesa, apoyados en una inflación bajísima, fruto de la falta de demanda interna en Alemania y de la deflación “importada” desde los países orientales (¡viva la globalización!) - ha hecho que en países como España hayamos disfrutado de muchos años de tipos de interés negativos, de un sistema bancario ávido de crecimiento y beneficio y de fuentes de financiación inagotables, lo que ha provocado el mayor crecimiento de la historia en el precio de determinados activos, en particular de la vivienda.

Así, nos encontramos con las familias más endeudadas de la historia de España, con un sector inmobiliario y constructor hipertrofiado (18% del PIB), con un exceso de viviendas construidas que se cifran en unas 400.000 viviendas de más por año, y con los precios más elevados nunca vistos.

En este punto, continuando con nuestro escenario anterior, la actual crisis de liquidez, los tipos más elevados y la restricción del crédito han hecho ya que se paralice el mercado inmobiliario y que las valoraciones de los pisos se congelen e incluso empiecen a retroceder. Si continuamos con el incremento de tipos, como consecuencia del crecimiento de la inflación que antes describíamos, es evidente que las familias entrarían en problemas, crecería el paro, empezando por el inmobiliario, y se restringiría el consumo, realimentando el paro en el sector servicios (por ejemplo, en la hostelería, que es un 7% de nuestro PIB).

El tan temido paro hará que crezca aún más (ya crece por encima del 20%) la morosidad y las ejecuciones hipotecarias, que presionarían a la baja los precios de la vivienda, que, a estas alturas, ya habría comenzado a bajar estadísticamente de forma pronunciada. El efecto riqueza haría mella en las familias propietarias sin deudas, al ser conscientes del menor valor y posibilidad de venta de sus viviendas, y de la dificultad de obtener crédito con ellas como garantía de una banca más preocupada en arreglar lo que ya tiene dentro que en seguir creciendo.

Y llegados a este caótico punto, en plena recesión, con unos índices de paro elevados y con los precios de los activos en caída libre, dependemos nuevamente del contexto externo; si la inflación “importada” vía precios del petróleo está controlada, la bajada de la demanda hará que la inflación “interna” también se modere y los tipos puedan reducirse otra vez, pudiendo volver a un ciclo de crecimiento alcista, una vez se hayan purgado los excesos de la etapa anterior.

¿Cuánto puede durar esto? Las recesiones japonesa y alemana han sido largas y dolorosas, con ajustes en picado del precio de los activos y una demanda interna que aún no se ha recuperado, en el caso de Japón, y con fuerte ajustes salariales, estancamiento del precio de la vivienda, parón constructor y demanda languideciente también en el caso Alemán. Estos dos países no se han visto excesivamente afectados en su actividad gracias a un potente sector exterior que, con la crisis interna, ha aprovechado para potenciarse y aumentar su productividad, vía inversión y, sobre todo, salarios.

Pero nosotros no tenemos sector exterior, ya que no lo hemos necesitado: tenemos el el inmobiliario, una moneda fuerte y ningún problema de financiación. Y esto es lo que nos ha matado económicamente, lo que nos ha hecho creernos lo que no somos y lo que nos ha dejado en la situación actual, expuestos a la caridad de los extraños para mantener nuestro nivel de vida. Un país sin ahorro, que debe más que nunca a los demás, que no puede manejar su tipo de cambio, para relanzar su actividad interna empobreciéndose hacia fuera, como ha hecho siempre, y que no puede tampoco controlar su política monetaria, porque se la regaló a Frankfort a cambio de una prosperidad falsa que le va a costar una etapa de ajuste tan dolorosa que prácticamente nadie puede imaginar.

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